Vladimir Maiakovski
Si a
se la mira desde lejos,
es un paraíso,
un país como se debe.
Bajo las palmas,
en los lagos,
están los flamencos
en un solo pie.
Florecen colores
por todo El Vedado.
En
todo está dividido:
a los blancos,
dólares;
a los negros,
nada.
Por eso,
Willie
está con el cepillo en la puerta,
en la puerta
de Henry Kley and Broock Limited.
Willie,
en su vida
limpió mucho polvo,
todo un bosque.
Por eso,
Willie
tiene ya poco pelo,
por eso,
Willie
tiene el vientre hundido.
Muy pocas son sus alegrías.
Seis horas para el sueño,
y listo.
Si no,
el inspector de impuestos del puerto
le quita una moneda al pobre negro.
¿Acaso se pueden salvar de esta mugre?
Únicamente si caminaran con la cabeza
juntarían más barro.
Los pelos son mil
y los pies,
sólo dos.
Aquella vez,
pasaba
por la vistosa calle Prado.
Suena y se enciende
el jazz.
Parece,
de veras,
que es un paraíso
Pero el cerebro de Willie
tiene poca siembra,
pocas circunvoluciones.
Lo único que aprendió Willíe,
más firme que las piedras del monumento a Maceo, es:
«El blanco
como piña madura,
el negro,
piña podrida.
El blanco
hace trabajo blanco.
El negro,
trabajo negro.»
Pocos problemas a Willie
le metieron en la cabeza,
pero uno de ellos
era el más grave de todos.
Y cuando este problema
empezó a horadar la mente de Willie,
el cepillo
caía de sus manos.
Y como a propósito,
en un momento así,
se acercó hacia él
el rey de los cigarros,
Henry Kley.
Llegó más blanco
que una nube.
el más solemne de los reyes
el rey del azúcar blanco.
El negro
se acercó a la mole blanca y le dijo:
«I beg your pardon, mister Bregg:
¿Por qué el azúcar
blanco-blanco
lo debe hacer
el negro-negro?
El cigarro negro
no le queda bien a usted
Le quedaría mejor
a un negro
de piel negra.
Y si usted
gusta del café con azúcar,
haga el favor
de prepararlo solo.»
La pregunta tiene sus consecuencias.
El rey,
de blanco se vuelve amarillo.
Se da vuelta el rey
y de un golpe
le arrojó los guantes.
Florecían alrededor
los prodigios de la botánica.
Los plátanos
tejían su verde red.
Se limpió el negro,
en sus pantalones blancos,
las manos,
y la sangre de la nariz.
Rezongó el negro,
con ojos de fuego,
levantó el cepillo,
con una mano,
y se fue.
¿De dónde podía saber el negro
que con esa pregunta
debía dirigirse a la lejana ciudad de Moscú?
Escrito en La Habana el 5 de agosto de 1925. «Nos acercamos a la Isla de Cuba, al puerto de La Habana —donde hacen cigarros—. Estaremos dos o tres días. El calor es insufrible.» (De una carta a Lila Brick.)
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